domingo, 16 de febrero de 2020


GÉNERO ROTO

Cuerpo inerte, 
Mártir.
Cuerpo desnudo,
Frágil.
Piel rasgada,
Ajada, robada,
Sucia, corroída,
Utilizada.
Alma ultrajada, 
Rota...
Corazón muerto.
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SUEÑOS A LA DERIVA

No puede haber noche 
si no existe madrugada.
Luz del alba.
Ni sueño que desvele
la noche infinita
sin tus manos, 
tu boca,
tus ojos que hablan. 
Tus ojos que cuentan
más de mil 
y una batalla.
Tus caricias,
tus besos,
tu sonrisa.
Mi alma 
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martes, 1 de noviembre de 2016

POR TI
Hoy
El brillo de sus ojos
Cual dos luces,
Ha desvelado
Mi sueño.
Ojos color grisáceo,
Que inundan de calor
Nuestro corazón.
Que palpitan en sí,
Contando su guerra,
Su fuerza y dedicación.
Tú, que nos enseñaste
A caminar.
Tú, que nos has llevado
De la mano hasta el final.
Tú, que nos has levantado
Una última vez y una más.
Tú, nuestro amuleto,
Sereno.
Al cual  vivimos  aferrados,
Y el que defendemos
Como si el mundo
Estuviese
En nuestras manos.
Te fuiste,
Pero nosotros
Te tenemos tan presente…
Eres nuestra fuerza.
Nuestro sentir.
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jueves, 29 de septiembre de 2016


Y SI...

¿Porque no enciendes la luz?
¿Por qué sigues caminado en la penumbra?
¿Y si en ella me encontrases?
¿Y si siguen navegando en ti mis náufragos?
Y si… y si…
Náufragos de mi barco hundido,
En tus redes atrapado.
Algas de tu sed que enredan su madera.
Madera hastiada, corroída por el tiempo,
Tiempo que desgasté ahogada en cada
Falso te quiero, afincado en tus labios, deletreado.

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La vida de los sueños

Cada noche, mientras los niños duermen, nuestros sueños despiertan un mundo de fantasía. Un mundo lleno de magia y alegría. Con el último cerrar de ojos empieza su nuevo día.
En la casa se escuchan pasitos y bostezos, y de repente la risa de Beatrice suena con energía. Asomada a la ventana, iluminados por unas lucecillas, ve a los barrenderos limpiando la calle. Y la bocina del tren despierta a los ciudadanos más perezosos.
La muñequita de piel de porcelana prepara su cartera para ir a la escuela. Una vez más ¡llega tarde! Su madre desde el final de las escaleras grita: – ¡Corre Beatrice que no llegas! Un conejito la espera en la puerta. – ¡Nejo, me haces cosquillas con los bigotes! Y así, subida en su conejo, corre y corre para llegar al cole.  Pero Beatrice nunca va sola a la escuela. Su amiga Belinda siempre la espera junto a Ardi su ardilla trepadora. Hoy van especialmente tarde, y hasta Nejo el conejo, teme que Don Rogelio, el profe de mates se enfade. Pero antes, han de ir a la panadería para comprar el desayuno. Por suerte Lizz la muñequita de trapo no ha llegado antes que ellas. Es tan tan golosa que se lleva hasta el último pastel de la tienda.
Entre risas comen sus ricos bollitos, ingenuamente disimulan conocer el desenlace de cada día. Belinda corre a lomos de Nejo y en un descuido ¡ZAS! Nejo tiene su hocico blanco de un dulce olor a nata, sonríe, mueve sus bigotes y relame la dulce nata. Al llegar al paso de peatones Nejo y Ardi juegan. Las muñecas ríen y aplauden de alegría cuando los dos saltarines muestran sus trucos y piruetas.
Como dos pegatinas, embobadas se paran ante la tienda de chuches. Un silbido las saca de su azucarado sueño con sabor a regaliz. ¡Es el Dragobus!, pasa como una flecha directo al cole. ¡Las clases pronto comenzarán! Nejo, saltito a saltito corre a gran velocidad.
La pobre Belinda suspira –aiiiiis-  le encantaría subir al Dragobus -¿sabéis por qué?- No es porque sea grande y escupa fuego, ¡No! . Es porque Andy va en él. – Es taaaaan guapo…- dice Belinda.
Cuando llegan de la escuela, hacen los deberes y se preparan para dormir. Entran los rayos de sol por la ventana. Para que un muñeco despierte necesita el poder de los sueños. Y el poder está en nosotros, cuando nosotros dormimos, les damos fuerzas a nuestros muñecos cada noche para que puedan jugar con sus amigos. Y hoy el sueño ha acabado pero… nos veremos la próxima noche, pero shhh guarda nuestro secreto……….

                                                                                                                                                                  
                                                                                                                                                                            Kb

lunes, 8 de agosto de 2016

TUS OJOS


Abrí los ojos al reflejarme el tibio sol de la mañana en mis gafas, aturdida mire a mi alrededor. Estaba en el sofá, había pasado la noche allí. Arropada con una sábana de felpa. Hice el amago de salir del calor que la sábana me proporcionaba, pero el frío me lo impidió. Allí me quedé pensando que era de mi vida, ¿ que había sido de mí?.
Mientras esperaba el ascensor deseé no encontrarme a nadie, menos que otros días me apetecía sonreír y contestar amablemente como me iba a mí, a mis hermanos, mi madre, mi abuela y si te descuidas, al perro.
Se detuvo el ascensor y ahí estaba Rosa la vecina del cuarto, sonriente como cada día, a lo que yo en mis interiores me preguntaba como conseguía tener esa sonrisa de oreja a oreja en cualquier momento del día. Y como cada día tenía algún rumor que contar entre "risitas" y aunque pretendiese dejarle claro que no me importaba la vida de los demás ella siempre repetía su misma frase: -“ si yo, no es que me guste criticar pero lo que es, es”-.
Casi ensayado, aprendido de memoria con su entonación en cada punto y sus movimientos repetidos de cabeza.
Salí del portal despidiéndome de ella entre pasos dejándola con la palabra en la boca... oyendo cada vez más lejos el problema que tenía Manuela con su marido.
La cabeza me retumbaba y mis pensamientos no hacían mas que girar uno sobre otro y como si de un mecanismo se tratase hacían girar al resto...
Otro día que pasaba, que te buscaba en cada esquina, aún quedaba en el aire esa brisa de aire fresco que desprendía tu ser, en mi sonora cabeza retumbaba una y otro vez tu risa, tu alegría. Quizás en mi cabeza no estaba el pensamiento de olvidarte, de aprender que ya no estabas.
El claxon de un coche, como si de un golpe se tratase, me sacó de mi aturdimiento, estaba parada en medio de la calle Mayor, la gente caminaba hacia los trabajos, pero yo seguía ahí, estancada... Giré la calle instintivamente para salir del barullo, sin ver más allá, hasta que me tope de frente con algo, algo que cayó sobre mí, cuando miré al suelo solo veía unas carpetas en el suelo y alguien sacudiéndose mientras apoyaba su mano en la acera para incorporarse. Recogí las carpetas y pedí disculpas excusándome porque tenía prisa por llegar al trabajo.
Carolina estaba impaciente en la puerta, llegaba tarde y lo sabía, mi puntualidad nunca me había acompañado, esa mañana no me preocupaba. Sabía perfectamente que mi agenda estaba vacía hasta cerca del medio día, lo cual significaba invadirme de recuerdos, sensaciones.
Sentada frente a la pantalla del ordenador no me podía creer que hiciese un año que te fueras, que tu alegría me dejara sola, sin ti. Sentía la frustración de no poder decirte que te odiaba por dejarme, la rabia de irte sin avisar, una vida juntas y muchos planes más que estaban por llegar, recuerdos de ayer... nuestra infancia ¡ bendita infancia!. Nuestros juegos en el campo, nuestros veranos juntas... un año desde que se paró mi mundo... pero era otro día más.
Carolina tocó a la puerta e ipso facto volví a la realidad.
Ya estaba allí Roberto, esperando con su peculiar carpeta de papeles amontonados, de los cuales no nos podíamos deshacer como bien decía él: -“ todos valen, todos”-. Roberto tenía trastorno obsesivo compulsivo, le hacía especial su distintivo modo de referirse a las personas y entablar una conversación; de forma caballeresca y castellano del siglo XVI.
Como si de otro día cualquiera se tratase, se acababa. Carolina se había ido unos minutos antes. Cuando me disponía a comenzar mi camino de vuelta a casa ahí estaba él, con sus ojos penetrantes observándome, era él, el mismo que había arrollado aquella mañana.
Seguí mi camino hasta que me alcanzó. Al parecer, en el choque matutino había perdido mi pulsera con mi nombre grabado, pero con el propio aturdimiento ni me había percatado de ello. Sin entablar conversación alguna se despidió con una sonrisa en los labios y mirándome con sus grandes ojos marrones.
Aquella noche apenas pude dormir, ¿ cómo alguien que había interrumpido en mi vida por un leve choque... no me dejaba dormir?, justo en aquel día, sus ojos, sus grandes ojos marrones se habían quedado en mi mente dibujados con pincel fino, ¿ que tenían? ¿ por qué los buscaba en el recuerdo?.
Abrí los ojos, el sol entraba y yo apenas había dormido unas horas, él seguía en mí sin más, sin pedir permiso para adueñarse de mi pensamiento.
Mas que nunca buscaba a María, pensaba en ella y sabía que aquella noche de insomnio la habríamos pasado juntas hablando, repitiendo una y otra vez el choque, el encuentro al atardecer y aquellos ojos marrones que tanto me decían mudos en sí.
Cuando llegó Carolina me miró sorprendida, había llegado antes, había abierto y la esperaba con el café. Después de un año me sentía fortalecida, volví a sentir vida en mí. Llego Raquel con David, un niño autista al cual veía dos veces a la semana y me sorprendía su pausada evolución pero constante, sabía que no haría un milagro pero tenía seguridad que vería en su rostro una sonrisa, y eso hacía más grata mi satisfacción. Seguidamente llegó Roberto, venía son su carpeta, me hablaba de los árboles de la primavera, como él la veía. Estuvimos un rato hablando hasta que llegué al tema que menos le gustaba, sus miedos, pero ello me ayudaría a que pudiese enseñarle a fortalecer su confianza en sí mismo.
El día fue diferente como hacía tiempo que no me sentía, libre de mí, de mis pensamientos, y de los recuerdos negros de mi soledad. Aquel día llegué a casa al atardecer y como si algo me lo susurrase al oído, ahí estaba de nuevo sentada en el sillón con un libro en las manos al cual hacía rato que dejé de prestar atención, mi cabeza solo visualizaba esos ojos marrones, penetrantes que tanto me decían y al mismo tiempo tanto callaban. Sobresaltada por el timbre de la puerta salí de mi profundo pensamiento, mientras el timbre sonaba una y otra vez sin cese alguno; era Rosa la vecina del cuarto, apenas podía entender que es lo que decía entre sollozos.
Manuela estaba en el rellano del primero, en el suelo, inconsciente con la cara magullada, ante la atenta mirada de los vecinos que impasivos observaban el desenlace de su posible última pelea con su marido. Fue una noche larga, Darío el hijo de Manuela y Fernando llegó horas después de mi llamada, desorientado me buscó pidiéndome algún tipo de explicación, ¿ qué había pasado?, ¿ cómo su padre había sido capaz de tal atrocidad?.
Darío al acabar la carrera se fue a Burgos, allí encontró un trabajo y aunque no reconocido por él, fue una escapatoria de las constantes peleas de sus padres, peleas que todo el edificio conocíamos y hacíamos oídos sordos. Fernando empezó a beber pasado unos meses de marcharse su único hijo, Darío, aunque sabía guardar las apariencias frente a su hijo en las visitas y frente a los vecinos, yo escuchaba cada día discutir, él absorto en su embriaguez amenazaba que algún día la mataría, pero siempre horas después lo escuchaba sollozar en la ventana y pedirle una y otra vez perdón.
Quizás todo no habría pasado si hubiésemos alertado del problema a los servicios sociales, de tantas innumerables veces, pero pese a todo Manuela quería a su marido o le tenía miedo sinceramente es algo que no termino de comprender, pero sí hay dos cosas que tengo claras: Manuela habría defendido a su marido de haber alertado del problema y de una u otra forma el desenlace sería el mismo.
Fernando llegó como cualquier otro día de la semana ebrio a su casa y como tantas veces lo pagó con Manuela con la diferencia de un mal golpe contra la puerta en la cabeza cuando salía huyendo de él.
Pasé mis visitas para otro día, la noche fue larga y me había traído recuerdos amargos, la misa fue sencilla en la cual asistimos todos los vecinos, con el remordimiento de sí habría servido de algo remediarlo o todo tendría el mismo fin. A veces hay situaciones que no sabemos que es mejor, y que a la vez hagas lo que hagas siempre quedará en nosotros un “ y sí...”.
Darío no podía marcharse sin más a Burgos, necesitaba ordenar ciertos aspectos de su vida, ya que la pérdida de su madre y la situación con su padre en la cárcel había sido algo duro para él. El resto, pasaban los días y no nos creíamos que Manuela no estuviese, sus plantas mustias por el sol y la sequedad de la maceta esperaban en su patio, sus cantares de la mañana, su alegría exterior aunque por dentro agonizase de pena. Había crecido allí, con mi familia y la conocía desde niña, junto con Darío me llevaba al colegio, al parque y curaba mis heridas cuando tropezaba. Mis padres vivían por y para el trabajo y ella me daba ese sol cada día para caminar con seguridad y alegría. Había crecido ya y hasta el último día se había preocupado de mí, estuvo a mi lado cuando María me dejo, cuando la injusta vida se la llevó. Sabía que estaba prácticamente sola en la ciudad, ya que mis padres hacía años que se marcharon a Madrid a cuidar de mi abuela. Para mí, aquella noche perdía una madre, una amiga.
Darío no resistía estar una noche más en la que había sido su casa hasta entonces, y me pidió el favor de dejarle estar unos días en la mía, hasta que se marchase de regreso a su trabajo en Burgos.
Sin pensármelo accedí, habíamos sido inseparables de niños, hasta que en la adolescencia cada uno hizo un camino diferente, y apenas teníamos contacto hasta el punto de quedarse en un simple y tímido “ Hola ” en cada encuentro en el portal, como dos completos desconocidos.
La vuelta al trabajo y ver a los pacientes me distrajo bastante de todo aquello aunque cada día llegar a casa y ver a Darío derrumbarse ante mí, me destrozaba por dentro y de alguna manera sacaba mi fuerza para arrastrarlo a él. En parte nos ayudábamos mutuamente a ver las cosas de distinta manera y ser más fuertes.
Una mañana cuando me dirigía al trabajo lo vi, él, sus ojos marrones, me paró cogiéndome suavemente del brazo y me llamó por mi nombre, Maika, retumbo en mi cabeza y me trajo al paladar un dulce sabor. Sus ojos marrones me hablaban y su voz... su voz...
-“El otro día apenas me salieron las palabras al ver que la pulsera llevaba tu nombre, que eras tú”- atónita en mí, no me creía que él fuese...
-“ Supe lo de María hace apenas un mes cuando llegué de Barcelona”- Sí, era él, sus ojos marrones me decían que era Ian pero estaba tan diferente.
Seguí adelante y lo dejé solo hablando. Estaba enfadada con él, prefería que no hubiese aparecido de nuevo en mi vida...y
Se fue y me costó aceptarlo, él era todo para mí desde que empezamos B.U.P. y un día sin más, salió de mi vida, sin aviso ni nota de despedida.
María fue quien estuvo a mi lado y quien empujó de mí. Ella murió el año anterior, y ahora... aparecía él... ¿Por qué?, ¿ que pretendía ahora?.
Aquella noche al llegar a casa, allí estaba Darío, por primera vez estaba sonriendo, había preparado él la cena. En tan solo unas horas se iría definitivamente a Burgos aquí ya estaba todo zanjado, y lo único que le ataba era su madre, y ella ya no estaba. Cenamos recordando nuestra infancia, nuestro juegos y a María, su melena siempre bien recogida y su fina voz. Allí estábamos riendo en la mesa de la cocina con nuestras copas de vino, las horas pasaban y apenas nos dábamos cuenta. Quizás el vino, la melancolía... abrí los ojos derepente, y ahí estábamos besándonos como nuestro primer beso cuando eramos niños. La diferencia es que lo que había en mí era un cariño basado en los recuerdos del pasado, fue bonito sin duda pero sabía que no podía ser nada más.
Amaneció, habíamos pasado la noche entre risas y besos, el sofá había sido nuestro cómplice. Desperté con sus brazos arropándome, protegida. Sabíamos que esa noche había sido especial, pero la única, él cogía su tren en dos horas, desayunamos juntos y nos despedimos con un gran abrazo sabíamos que pasaría tiempo antes de volver a vernos.
Llegué y como ya era habitual Carolina estaba en la puerta esperándome, tomé el café con ella por no hacerle el feo pues ya había desayunado con Darío. Me sentía feliz, a gusto pese a que me dolía que Darío se fuese, era consciente que cada uno hace su camino y que en Burgos estaba el suyo.
Ian estaba en mi cabeza, aunque quería que saliese de ella, había sido alguien muy importante para mí, había planeado una vida junto a él y había desaparecido de la mía. Recordaba una y otra vez el día que se fue; llegué a la esquina donde quedábamos para ir a la universidad, y no llegó, pensé que se habría quedado dormido. Lo llamé esa misma tarde a su casa y nadie contestó. Nadie sabía nada de él, se había ido y le había dado igual dejarme aquí sin él, sin su calor, sin mi único y confesable amor, ese dolor se convirtió en rencor.
Carolina estaba preocupada por mí, llevaba días así, era un cúmulo de cosas en mi interior que se apoderaban de mí. Intenté quitarle la mayor importancia y decirle un simple “ estoy cansada y la muerte inesperada de Manuela me tiene en vilo”. Carolina siguió hablando pero para entonces ya estaba de nuevo enfrascada en mi pensamiento.
Cuando llegué a casa, recostada en el sillón como de la nada me vino a la cabeza la frase que me había dicho Carolina cuando apenas escuchaba “ ha venido un chico de ojos marrones preguntando por ti, este mediodía”.

Un suave toque en la puerta me trajo a la realidad. Era Ian, me calló con un beso mientras me susurraba que nunca me dejaría, me había prometido una vida juntos, y ese día empezaba.
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miércoles, 27 de julio de 2016

ATENTADO 11M

Me he pasado la noche en vela,
pensando en esas personas 
que esperan un tren 
que no llega. 
No llega, pues en él la vida 
no queda.

Entre llantos el pueblo 
aclaman con rabia,
con dolor.
Esos asesinos que un día
se cruzaron es su camino
para arrebatarles 
la vida de las manos.
Amigos y familiares 
que nos dejaron
falleciendo en el atentado.

Escrito 2004                                   Kb