TUS OJOS
Abrí los ojos
al reflejarme el tibio sol de la mañana en mis gafas, aturdida mire
a mi alrededor. Estaba en el sofá, había pasado la noche allí.
Arropada con una sábana de felpa. Hice el amago de salir del calor
que la sábana me proporcionaba, pero el frío me lo impidió. Allí
me quedé pensando que era de mi vida, ¿ que había sido de mí?.
Mientras esperaba el
ascensor deseé no encontrarme a nadie, menos que otros días me
apetecía sonreír y contestar amablemente como me iba a mí, a mis
hermanos, mi madre, mi abuela y si te descuidas, al perro.
Se detuvo el ascensor y
ahí estaba Rosa la vecina del cuarto, sonriente como cada día, a lo
que yo en mis interiores me preguntaba como conseguía tener esa
sonrisa de oreja a oreja en cualquier momento del día. Y como cada
día tenía algún rumor que contar entre "risitas" y aunque pretendiese
dejarle claro que no me importaba la vida de los demás ella siempre
repetía su misma frase: -“ si yo, no es que me guste criticar pero
lo que es, es”-.
Casi ensayado, aprendido
de memoria con su entonación en cada punto y sus movimientos
repetidos de cabeza.
Salí del portal
despidiéndome de ella entre pasos dejándola con la palabra en la
boca... oyendo cada vez más lejos el problema que tenía Manuela con
su marido.
La cabeza me retumbaba y
mis pensamientos no hacían mas que girar uno sobre otro y como si de
un mecanismo se tratase hacían girar al resto...
Otro día que pasaba, que
te buscaba en cada esquina, aún quedaba en el aire esa brisa de aire
fresco que desprendía tu ser, en mi sonora cabeza retumbaba una y
otro vez tu risa, tu alegría. Quizás en mi cabeza no estaba el
pensamiento de olvidarte, de aprender que ya no estabas.
El claxon de un coche,
como si de un golpe se tratase, me sacó de mi aturdimiento, estaba
parada en medio de la calle Mayor, la gente caminaba hacia los
trabajos, pero yo seguía ahí, estancada... Giré la calle
instintivamente para salir del barullo, sin ver más allá, hasta que
me tope de frente con algo, algo que cayó sobre mí, cuando miré al
suelo solo veía unas carpetas en el suelo y alguien sacudiéndose
mientras apoyaba su mano en la acera para incorporarse. Recogí las
carpetas y pedí disculpas excusándome porque tenía prisa por
llegar al trabajo.
Carolina estaba
impaciente en la puerta, llegaba tarde y lo sabía, mi puntualidad
nunca me había acompañado, esa mañana no me preocupaba. Sabía
perfectamente que mi agenda estaba vacía hasta cerca del medio día,
lo cual significaba invadirme de recuerdos, sensaciones.
Sentada frente a la
pantalla del ordenador no me podía creer que hiciese un año que te
fueras, que tu alegría me dejara sola, sin ti. Sentía la
frustración de no poder decirte que te odiaba por dejarme, la rabia
de irte sin avisar, una vida juntas y muchos planes más que estaban
por llegar, recuerdos de ayer... nuestra infancia ¡ bendita
infancia!. Nuestros juegos en el campo, nuestros veranos juntas... un
año desde que se paró mi mundo... pero era otro día más.
Carolina tocó a la
puerta e ipso facto volví a la realidad.
Ya estaba allí Roberto,
esperando con su peculiar carpeta de papeles amontonados, de los
cuales no nos podíamos deshacer como bien decía él: -“ todos
valen, todos”-. Roberto tenía trastorno obsesivo compulsivo, le
hacía especial su distintivo modo de referirse a las personas y
entablar una conversación; de forma caballeresca y castellano del
siglo XVI.
Como si de otro día
cualquiera se tratase, se acababa. Carolina se había ido unos
minutos antes. Cuando me disponía a comenzar mi camino de vuelta a
casa ahí estaba él, con sus ojos penetrantes observándome, era él,
el mismo que había arrollado aquella mañana.
Seguí mi camino hasta que
me alcanzó. Al parecer, en el choque matutino había perdido mi
pulsera con mi nombre grabado, pero con el propio aturdimiento ni me
había percatado de ello. Sin entablar conversación alguna se
despidió con una sonrisa en los labios y mirándome con sus grandes
ojos marrones.
Aquella noche apenas pude
dormir, ¿ cómo alguien que había interrumpido en mi vida por un
leve choque... no me dejaba dormir?, justo en aquel día, sus ojos,
sus grandes ojos marrones se habían quedado en mi mente dibujados
con pincel fino, ¿ que tenían? ¿ por qué los buscaba en el
recuerdo?.
Abrí los ojos, el sol
entraba y yo apenas había dormido unas horas, él seguía en mí sin
más, sin pedir permiso para adueñarse de mi pensamiento.
Mas que nunca buscaba a
María, pensaba en ella y sabía que aquella noche de insomnio la
habríamos pasado juntas hablando, repitiendo una y otra vez el
choque, el encuentro al atardecer y aquellos ojos marrones que tanto
me decían mudos en sí.
Cuando llegó Carolina me
miró sorprendida, había llegado antes, había abierto y la esperaba
con el café. Después de un año me sentía fortalecida, volví a
sentir vida en mí. Llego Raquel con David, un niño autista al cual
veía dos veces a la semana y me sorprendía su pausada evolución
pero constante, sabía que no haría un milagro pero tenía seguridad
que vería en su rostro una sonrisa, y eso hacía más grata mi
satisfacción. Seguidamente llegó Roberto, venía son su carpeta, me
hablaba de los árboles de la primavera, como él la veía. Estuvimos un rato hablando hasta que llegué al tema que menos le gustaba, sus
miedos, pero ello me ayudaría a que pudiese enseñarle a fortalecer su confianza en sí mismo.
El día fue diferente
como hacía tiempo que no me sentía, libre de mí, de mis
pensamientos, y de los recuerdos negros de mi soledad. Aquel día
llegué a casa al atardecer y como si algo me lo susurrase al oído,
ahí estaba de nuevo sentada en el sillón con un libro en las manos
al cual hacía rato que dejé de prestar atención, mi cabeza solo
visualizaba esos ojos marrones, penetrantes que tanto me decían y al
mismo tiempo tanto callaban. Sobresaltada por el timbre de la puerta
salí de mi profundo pensamiento, mientras el timbre sonaba una y
otra vez sin cese alguno; era Rosa la vecina del cuarto, apenas podía
entender que es lo que decía entre sollozos.
Manuela estaba en el
rellano del primero, en el suelo, inconsciente con la cara magullada,
ante la atenta mirada de los vecinos que impasivos observaban el
desenlace de su posible última pelea con su marido. Fue una noche
larga, Darío el hijo de Manuela y Fernando llegó horas después de
mi llamada, desorientado me buscó pidiéndome algún tipo de
explicación, ¿ qué había pasado?, ¿ cómo su padre había sido
capaz de tal atrocidad?.
Darío al acabar la
carrera se fue a Burgos, allí encontró un trabajo y aunque no
reconocido por él, fue una escapatoria de las constantes peleas de
sus padres, peleas que todo el edificio conocíamos y hacíamos oídos
sordos. Fernando empezó a beber pasado unos meses de marcharse su
único hijo, Darío, aunque sabía guardar las apariencias frente a
su hijo en las visitas y frente a los vecinos, yo escuchaba cada día
discutir, él absorto en su embriaguez amenazaba que algún día la
mataría, pero siempre horas después lo escuchaba sollozar en la
ventana y pedirle una y otra vez perdón.
Quizás todo no habría
pasado si hubiésemos alertado del problema a los servicios sociales,
de tantas innumerables veces, pero pese a todo Manuela quería a su
marido o le tenía miedo sinceramente es algo que no termino de
comprender, pero sí hay dos cosas que tengo claras: Manuela habría
defendido a su marido de haber alertado del problema y de una u otra
forma el desenlace sería el mismo.
Fernando llegó como
cualquier otro día de la semana ebrio a su casa y como tantas veces
lo pagó con Manuela con la diferencia de un mal golpe contra la
puerta en la cabeza cuando salía huyendo de él.
Pasé mis visitas para
otro día, la noche fue larga y me había traído recuerdos amargos,
la misa fue sencilla en la cual asistimos todos los vecinos, con el
remordimiento de sí habría servido de algo remediarlo o todo
tendría el mismo fin. A veces hay situaciones que no sabemos que es
mejor, y que a la vez hagas lo que hagas siempre quedará en nosotros
un “ y sí...”.
Darío no podía
marcharse sin más a Burgos, necesitaba ordenar ciertos aspectos de
su vida, ya que la pérdida de su madre y la situación con su padre
en la cárcel había sido algo duro para él. El resto, pasaban los
días y no nos creíamos que Manuela no estuviese, sus plantas
mustias por el sol y la sequedad de la maceta esperaban en su patio,
sus cantares de la mañana, su alegría exterior aunque por dentro
agonizase de pena. Había crecido allí, con mi familia y la conocía
desde niña, junto con Darío me llevaba al colegio, al parque y
curaba mis heridas cuando tropezaba. Mis padres vivían por y para el
trabajo y ella me daba ese sol cada día para caminar con seguridad y
alegría. Había crecido ya y hasta el último día se había
preocupado de mí, estuvo a mi lado cuando María me dejo, cuando la
injusta vida se la llevó. Sabía que estaba prácticamente sola en
la ciudad, ya que mis padres hacía años que se marcharon a Madrid a
cuidar de mi abuela. Para mí, aquella noche perdía una madre, una
amiga.
Darío no resistía estar
una noche más en la que había sido su casa hasta entonces, y me
pidió el favor de dejarle estar unos días en la mía, hasta que se
marchase de regreso a su trabajo en Burgos.
Sin pensármelo accedí,
habíamos sido inseparables de niños, hasta que en la adolescencia
cada uno hizo un camino diferente, y apenas teníamos contacto hasta
el punto de quedarse en un simple y tímido “ Hola ” en cada
encuentro en el portal, como dos completos desconocidos.
La vuelta al trabajo y
ver a los pacientes me distrajo bastante de todo aquello aunque cada
día llegar a casa y ver a Darío derrumbarse ante mí, me destrozaba
por dentro y de alguna manera sacaba mi fuerza para arrastrarlo a él.
En parte nos ayudábamos mutuamente a ver las cosas de distinta manera
y ser más fuertes.
Una mañana cuando me
dirigía al trabajo lo vi, él, sus ojos marrones, me paró cogiéndome suavemente del brazo y me llamó por mi nombre, Maika,
retumbo en mi cabeza y me trajo al paladar un dulce sabor. Sus ojos
marrones me hablaban y su voz... su voz...
-“El otro día apenas me
salieron las palabras al ver que la pulsera llevaba tu nombre, que
eras tú”- atónita en mí, no me creía que él fuese...
-“ Supe lo de María
hace apenas un mes cuando llegué de Barcelona”- Sí, era él, sus
ojos marrones me decían que era Ian pero estaba tan diferente.
Seguí adelante y lo dejé
solo hablando. Estaba enfadada con él, prefería que no hubiese
aparecido de nuevo en mi vida...y
Se fue y me costó
aceptarlo, él era todo para mí desde que empezamos B.U.P. y un día
sin más, salió de mi vida, sin aviso ni nota de despedida.
María fue quien estuvo a
mi lado y quien empujó de mí. Ella murió el año anterior, y
ahora... aparecía él... ¿Por qué?, ¿ que pretendía ahora?.
Aquella noche al llegar a
casa, allí estaba Darío, por primera vez estaba sonriendo, había
preparado él la cena. En tan solo unas horas se iría
definitivamente a Burgos aquí ya estaba todo zanjado, y lo único
que le ataba era su madre, y ella ya no estaba. Cenamos recordando
nuestra infancia, nuestro juegos y a María, su melena siempre bien
recogida y su fina voz. Allí estábamos riendo en la mesa de la
cocina con nuestras copas de vino, las horas pasaban y apenas nos dábamos cuenta. Quizás el vino, la melancolía... abrí los ojos derepente, y ahí estábamos besándonos como nuestro primer beso
cuando eramos niños. La diferencia es que lo que había en mí era
un cariño basado en los recuerdos del pasado, fue bonito sin duda
pero sabía que no podía ser nada más.
Amaneció, habíamos
pasado la noche entre risas y besos, el sofá había sido nuestro cómplice. Desperté con sus brazos arropándome, protegida. Sabíamos
que esa noche había sido especial, pero la única, él cogía su
tren en dos horas, desayunamos juntos y nos despedimos con un gran
abrazo sabíamos que pasaría tiempo antes de volver a vernos.
Llegué y como ya era
habitual Carolina estaba en la puerta esperándome, tomé el café
con ella por no hacerle el feo pues ya había desayunado con Darío.
Me sentía feliz, a gusto pese a que me dolía que Darío se fuese,
era consciente que cada uno hace su camino y que en Burgos estaba el
suyo.
Ian estaba en mi cabeza,
aunque quería que saliese de ella, había sido alguien muy
importante para mí, había planeado una vida junto a él y había
desaparecido de la mía. Recordaba una y otra vez el día que se fue;
llegué a la esquina donde quedábamos para ir a la universidad, y no
llegó, pensé que se habría quedado dormido. Lo llamé esa misma
tarde a su casa y nadie contestó. Nadie sabía nada de él, se había
ido y le había dado igual dejarme aquí sin él, sin su calor, sin
mi único y confesable amor, ese dolor se convirtió en rencor.
Carolina estaba
preocupada por mí, llevaba días así, era un cúmulo de cosas en mi
interior que se apoderaban de mí. Intenté quitarle la mayor
importancia y decirle un simple “ estoy cansada y la muerte
inesperada de Manuela me tiene en vilo”. Carolina siguió hablando
pero para entonces ya estaba de nuevo enfrascada en mi pensamiento.
Cuando llegué a casa,
recostada en el sillón como de la nada me vino a la cabeza la frase
que me había dicho Carolina cuando apenas escuchaba “ ha venido un
chico de ojos marrones preguntando por ti, este mediodía”.
Un suave toque en la
puerta me trajo a la realidad. Era Ian, me calló con un beso
mientras me susurraba que nunca me dejaría, me había prometido una
vida juntos, y ese día empezaba.
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